Soy adicta a mi acosador.
Me observa por la noche, se cuela por la ventana del salón y me hiela la
sangre. Lo siento a mi alrededor y un escalofrío me recorre la espalda. Cada
noche se vuelve más audaz, se acerca y se introduce en mi dormitorio,
alimentando su adicción.
Cuando siento el calor de su piel rozando la mía, finjo dormir, aterrorizada
por lo que planea hacer conmigo. Pero cuando me toca... todo mi cuerpo cobra
vida.
Nunca le he visto la cara y ni siquiera sé su nombre, pero quiero hacerlo. Cada
parte de mí sabe que está mal, pero no me atrevo a cerrar la ventana, a decirle
no.
Me emociona, pero vivir al límite no viene sin consecuencias.
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