No sé cuándo me enamoré de él. Me refiero al momento exacto.
A veces pienso que fue en el instante en el que nuestras miradas colapsaron.
El caso es que allí estaba. El amor más imposible del mundo.
Imaginaba una vida junto a él. Compartir miedos, sueños y sonrisas. Pero ¿cómo hacerlo cuando el régimen del país y tu propia familia te prohíben hasta el respirar? Debía acatar y callar. Permanecer en la sombra de quienes manejaban los hilos de mi futuro.
El problema empezó, realmente, al ser consciente de que lo amaba incluso en una historia que aún no estaba escrita. Supe, cuando lo perdí, que jamás sentiría un amor así. Después de algunos años aún seguía doliendo. Ese fue el amor más real.
No hay nada más difícil que tener que sacar de la mente aquello que es imposible borrar del corazón.
Ella me hacía temblar. Desestabilizó mi vida entera en cuanto apareció.
No poder tenerla entre mis brazos era otra forma de que las balas perforasen la piel.
Éramos como el Sol y la Luna, amándose aún sabiendo que nunca podrían estar juntos.
No obstante, una cosa tenía clara, no había pesadilla que alimentase al desaliento para detener lo que ella me hacía sentir.
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