Cuando la estudiante de posgrado Katherine Brenner entró en mi clase, no podía
soportarla (toda piel perfecta y grandes ojos azules), igual que la mujer que
me rompió el corazón.
Si no fuera por esa tormenta de nieve, si su auto no se hubiera averiado afuera
de mi casa, si no se hubiera visto increíble a la luz del fuego, nunca la
habría besado. No importa cuánto lo intente, cada excusa que pongo para no
verla fracasa.
No puedo dejar de pensar en sus labios. O la forma en que sus curvas encajan
perfectamente en mis manos. Hay un millón de razones por las que esto no
funcionará. Soy su profesor. Va en contra de la política universitaria.
Y si esto sale a la luz, podría perderlo todo.
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