Los ángeles caídos son en realidad los primeros ángeles que Dios creó, pero que
se alejaron de él.
El cuestionamiento contaste de estos contra su creador provocó que fuesen
desterrados del cielo y muchos de ellos enviados al infierno. Los vigilantes o
demonios, como se les conoce en los confines del Tártaro, lugar donde habitan
desde el año 300 a. C.
La mayoría de los ángeles cayeron por lujuria, vanidad y los placeres de la
carne, llevándolos a subir a la superficie, donde se mezclaron con los humanos,
saciando aquellas ganas infernales de apagar su fuego interno, uno que les
quemaba la piel y los condenó por toda la eternidad.
Aún siguen entre nosotros sin que nos demos cuenta, como almas errantes,
sedientas de gloria y tal vez, solo tal vez, de amor.
«Pobre demonio que creyó en el amor, enamorado de un ángel que atrapó su
corazón».
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