Desde niño, mi deseo era casarme con la Iglesia.
Entregar mis votos y mi vida a Dios a pesar de la corrupción de mi alma.
Soy un pecador, la encarnación de la tentación, o eso me han dicho.
Sin embargo, nunca he tocado, nunca he besado, nunca he buscado la compañía de otra hasta ella.
Ella es mi debilidad, mi salvación, mi perdición y mi libertad.
Nuestros pecados están más atados que el destino.
Mi nombre es Canaan.
Soy un sacerdote católico romano ordenado, por siempre y para siempre.
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