«Cena conmigo».
Dos palabras. Eso fue todo lo que Travis Maxwell necesitó para cautivarme, a
pesar de que acababa de conocerlo. En mi defensa, debo decir que prácticamente
nos quedamos varados al mismo tiempo y que él era el hombre más atractivo que
jamás había visto. Pasamos una semana inolvidable juntos, sabiendo que al final
tomaríamos distintos caminos.
Hasta que dos líneas azules ponen mi vida patas arriba: estoy embarazada.
Travis y yo acordamos ser amigos —nada más— y centrarnos en criar a nuestro
hijo.
Pero resulta que es más fácil decirlo que hacerlo.
De pronto Travis pasa de ser un gran seductor a un auténtico cavernícola,
empeñado en protegerme a mí y al bebé. Me mima y cumple con todos mis antojos
—incluido el suministro ilimitado de mis magdalenas favoritas—, y se queda
conmigo a ver series de Netflix.
De repente, mientras discutimos sobre qué temporada de “Los Bridgerton” es la
mejor, me confiesa que me quiere.
Que me necesita.
Y yo también le necesito.
Pero quiero que me quiera por mí, no solo por el bebé. Sin embargo, Travis me
dejó claro cuando nos conocimos que no tenía intención de sentar cabeza, así
que temo que esté confundiendo sus sentimientos. Y no creo que esa sea la mejor
receta para una relación que dure para siempre…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario