Cuando papá nos propone una boda improvisada a mis hermanos y a mí, todos
acudimos a apoyarle. Aunque preferiría estar tatuando en mi salón de tatuajes,
sonrío y aguanto por el bien de mi padre.
La ceremonia es un desastre, y el champán no da el pego como el whisky. Estoy
dispuesta a salir de allí hasta que el angelito más bonito que he visto en mi
vida se tropieza conmigo y me saca de mi estado de ánimo hosco.
Sus grandes ojos marrones son dulces e inocentes, y su radiante sonrisa me da
una razón para sufrir durante el resto de la recepción. Puede que sea nueve
años más joven que yo, pero eso no me afecta en absoluto.
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