El día que me presenté en la enorme casa de Dax Moody, no tenía ni idea de lo que me esperaba. Como masajista itinerante, estaba acostumbrada a entrar en casas de desconocidos. Pero esta asignación era diferente a todas los anteriores. Desde el exterior, había asumido correctamente que el propietario era rico. Lo que no sabía era que sería más joven de lo que había imaginado, soltero, impresionantemente guapo y misterioso. A pesar de que Dax había reservado un masaje, éste nunca llegó a producirse, ya que nuestra primera cita se vio interrumpida inesperadamente por una comedia de errores. Con la certeza de que no volvería a verlo después de aquel día, no había hecho otra cosa que pensar en aquel hombre tan cautivador. Para mi sorpresa, llamó por segunda vez.
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