Lo único que quería para Navidad era que un autobús atropellara al compañero de
trabajo al que más odio.
Por desgracia, Santa Claus decidió darle un ascenso ¡y se convirtió en mi
jefe…!
No podía permitirme dejar el puesto, así que tuve que aguantar su engreída
personalidad y confié en que mi deseo se cumpliera las siguientes Navidades.
¿Santa Claus todavía lee nuestras cartas?
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