Lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas. ¿O no?
Vale, dejad que os lo explique. Me colé en el camerino del tío con el que tenía
un cuelgue para oler sus medias (¡no en plan pervertido, lo juro!) y él me
pilló infraganti mientras yo estaba, ejem... Supongo que os hacéis una idea.
Entonces él me chantajeó, más o menos, para que yo accediera a un matrimonio de
conveniencia para que él consiguiese su permiso de residencia. Pero oye, no me
puedo quejar.
Cuando quiero darme cuenta, ya estoy subida en un vuelo a Las Vegas para hacer
creer a nuestra familia y amigos que compartimos una noche loca de borrachera y
nos casamos en el calor del momento. Salvo que... Eso es exactamente lo que ha
pasado. (¡Muchas gracias, vodka!).
Teniendo en cuenta que él es el bailarín de ballet mas deseado de la ciudad de
Nueva York y yo soy una bloguera extremadamente golosa que escribe con
pseudónimo desde el garaje en el que vive, es imposible que este matrimonio
jamás pudiera llegar a convertirse en algo real. Sin mencionar a mi familia
totalmente chiflada, ni mi aversión hacia todos los olores que existen bajo el
sol... Salvo el suyo.
Mi única esperanza es no enamorarme de mi marido. No tendría que ser demasiado
difícil, ¿verdad?
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