En los veinticinco años que he conocido a Cory York, lo único que no fingí con él fueron mis orgasmos.
En séptimo grado, fingí una gripe estomacal para quedarme
en casa y hacerle compañía mientras estaba enfermo. Terminé con un virus que me
mantuvo fuera de la escuela durante toda una semana.
En doceavo grado fingí una lesión para evitar ir al baile sola. Se compadeció de mí, abandonó a su cita original y me acompañó al baile donde la niña rechazada tiró un jarro entero de ponche rojo sobre mi cabeza.
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