Me mudé a Chicago seis meses atrás con el propósito de abrir por fin mi propia
pastelería. Encontré un sitio para vivir cuya casera era una mujer muy dulce y
me trataba como a una nieta.
Hasta que un buen día, la señora vende la casa. Y ahora tengo por
casero y vecino al mismísimo demonio, ya que vivo en la casa de
invitados de su propiedad. Declan Maxwell es temperamental, inflexible y
demasiado serio. Por desgracia para mí, también es muy sexy.
En una ocasión, tuvo el descaro de tocar la puerta en mitad de la noche para
exigirme que baje el volumen de la música, pero lo mandé a tomar por saco.
Aunque en secreto, también me fijé en él. Y esa es nuestra dinámica casi todas
las noches.
El hombre es insufrible, pero necesito un lugar donde vivir mientras ahorro
para emprender mi negocio y la casa es una verdadera ganga. No me queda más
opción que aguantar a ese apuesto diablo, y mantenerlo a distancia, porque es
demasiado guapo.
Sin embargo, un buen día, al volver a casa con una herida que me hice en el
trabajo, Declan me sorprende gratamente curándome la mano.
Y besándome.
Y en un abrir y cerrar de ojos, toda esa intención de mantener la distancia se
hace humo.
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