Erin caminaba tranquilamente por el bosque, como hacía cada viernes. Le
relajaba pasear entre los árboles, y el paseo le sentaba bien, después de una
dura semana en el instituto, lidiando con su clase de adolescentes. Pero ese
viernes fue distinto a los demás, porque se vio envuelta en algo que jamás
podría haber imaginado.
Un desconocido la atacó por la espalda y le dio tal paliza que la dejó
malherida y a un paso de la muerte. Pero, de pronto, alguien apareció a su
lado, como un ángel vengador, y se hizo cargo de la situación. Acabó con la
vida del agresor y luego la llevó a casa.
En un principio, Erin no supo qué había sucedido, porque había estado
semiinconsciente, pero a medida que pasaba el tiempo se iba dando cuenta y
recordando detalles de lo que había pasado.
Reparó en la ropa que vestía su salvador, que por cierto, estaba sucia y
demasiado vieja. Era una ropa extraña, como la que vestían los hombres unos
siglos atrás. Al igual que su pelo y sus patillas. Incluso su nombre le pareció
de otra época porque, ¿quien le pondría en este tiempo a un hijo suyo el nombre
de Alexander Wilfred James?
Y, milagrosamente, ese hombre, la curó. Erin no se sintió aterrorizada cuando
descubrió que era un vampiro, y tampoco se sintió incómoda por estar junto a
él, sino todo lo contrario.
Para agradecerle lo que había hecho por ella, le ofreció vivir en su casa y
ayudarlo a que pudiera manejarse en este mundo, que era tan desconocido para
él.
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