jueves, 21 de julio de 2022

El profesor de mi hijo

 


    

Se necesita paciencia.

—¿Y qué quiere usted que aprenda un niño así?

—No intento que aprenda nada. Sólo que tenga compañía.

Celso se lo contaba a Manuel una hora después. Ambos sentados en sus respectivas camas, fumando y mirándose de hito en hito un tanto sorprendidos.

Porque si Manuel se sorprendía por lo que él le estaba contando, mucho más sorprendido se había sentido él oyendo a la joven viuda…

Además, al verla de pie saliendo de tras la mesa, se había quedado boquiabierto. La chica era esbelta y delgada, muy proporcionada, eso sí. Con unas piernas largas y un talle espigado. Y eso que vestía un traje sastre poco favorecedor.

Es decir, con una austeridad impropia de su juventud.

 

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