Sangre, sexo y alcohol.
De eso se trataba el Club Worth.
Desde que los vampiros habían salido al mundo, la gente había estado
obsesionada. Da un paseo por el lado salvaje y verás de qué se trataba el club
nocturno.
Acadia Powell, por otro lado, no se metía con vampiros. Tampoco lo hacía
desordenado.
Lo que sí hacía era mantenerse alejada de personas como Constantine Worth, el
amo de la ciudad y el hombre más hermoso de la historia de los hombres. No
importaba que tuviera hipnóticos ojos, hermosos labios y el cuerpo más sexy que
jamás había tenido el privilegio de ver.
Debería ser fácil para ella mantenerse alejada, pero con cada encuentro
posterior, se volvía más y más difícil luchar contra la creciente necesidad
dentro de ella.
Constantine Worth sabía que Acadia estaba fuera de los límites. No solo era
humana y no estaba dispuesta a vivir en un barrio pobre con muertos vivientes,
sino que también era la hermana pequeña del jefe de la policía de la ciudad. El
hombre al que le gustaba arrestarlo cada dos días y dos veces el domingo.
Debería odiarla basándose únicamente en el apellido que compartía con su
hermano. Sin embargo, cada vez que la veía, se olvidaba de que se suponía que
debía estar jugando bien. Le hacía hervir la sangre, y cada vez que dejaba
fluir los insultos verbales, le resultaba cada vez más difícil mantener la
distancia.
Pronto, tendría que tomar una decisión. Mantener su respetable relación con las
fuerzas del orden humanas, o tomar lo que quería y que se condenaran las
consecuencias.
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