Nunca he dejado de ver a mis chicos del verano. Han estado ahí todos los años, como árboles firmes y fuertes, más grandes que la vida, arraigados en la tierra y esperando a que yo volviera a ellos.
Han pasado dos largos años desde que visité la ciudad
costera a la que llaman hogar. La familia de la que mi madre es niñera hizo las
maletas y se mudó al otro lado del país, y nosotros la seguimos. Pero tras un
encuentro fortuito que deja a mi huidiza madre con un nuevo y adinerado marido,
mi vida vuelve a dar un vuelco al encontrarme en las orillas de los veranos de
mi infancia.
Esperaba que me recibieran con los brazos abiertos como solían hacerlo... pero
pronto me di cuenta de que mis dulces y soleados chicos del verano se habían
convertido en los fríos y desconocidos hombres del otoño.
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