Siempre me han llamado sinvergüenza, irresponsable e inmaduro. No me importa. Vivo como quiero y no le doy explicaciones a nadie, o al menos eso hacía. Tras un incidente que está a punto de enviarme a la cárcel, mi padre me manda al sur con mi madre y su nueva familia. Como si el asfixiante calor del desierto de Almería y la falta de libertad a la que me someten fuera poco, aún tengo que aguantar a la hija de mi padrastro, una niñata engreída y caprichosa. Su padre y mi madre se casaron cuando éramos niños, pero no es hasta ahora que nos han obligado a convivir juntos que me he dado cuenta de lo perfecta, responsable y madura que es. Vamos, todo un derroche de virtudes, lo que yo jamás seré. Además, parece tener una especie de fijación conmigo. Siempre está corrigiendo cada una de mis meteduras de pata y regalándome sermones que nadie le ha pedido. Sin embargo, hay algo que me molesta aún más de ella, que, en el fondo, me gusta. Su desparpajo, la forma en la que se cabrea cada vez que la llevo al extremo de su paciencia, me intriga y me excita a partes iguales. Sé que no debería. Es mi hermanastra, pero cada día es más difícil ocultar la atracción que hay entre nosotros
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