Él era un artista. Ella era su musa.
Para todos en la ciudad, Abel Adams era el engendro del
diablo, un niño que nunca debería haber nacido. Un monstruo. Para Evie Hart, de
doce años, él era solo un niño con cabello dorado, camisetas suaves y una
cámara. Un chico al que le encantaba sacarle una foto y darle bombones antes de
cenar. Un chico que la hacía sentir especial.
A pesar de las advertencias de su familia, lo amó en
secreto durante seis años. Se encontraron en aulas vacías y se besaron en los
oscuros armarios de la iglesia. Hasta que no pudieron.
Hasta que llegó el momento de elegir entre el amor y la
familia, y Evie eligió a Abel. Porque su amor valió el riesgo. Su amor era
materia de leyenda.
Pero lo que pasa con las leyendas es que son cuentos de advertencia. Están hechas de elecciones y errores. Y para Abel y Evie, el artista y la musa, esos errores vienen en forma de luces, cámara, sexo
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