Hugo no lo tiene nada fácil. Su futuro suegro y jefe es un capo de la droga que se cree por encima del bien y del mal. Tras una serie de favores personales, el joven se vio abocado a trabajar para él, algo que termina pesándole como una losa.
Cada vez está más convencido de que no debe celebrar su
boda con Olalla, a quien ya no ama como antaño, pero sabe que planteárselo a
Guzmán no será moco de pavo. Y más cuando este siempre va acompañado de Duarte,
su matón guardaespaldas, quien lo tiene en el punto de mira.
Efectivamente, tal como pensaba, la boda habrá de
celebrarse si no quiere que su cuerpo termine en el fondo del mar gallego que
lo vio nacer. Y, para más inri, las ambiciones del capo van en aumento y
aparecerá en escena un nuevo socio de este, Samuel Rojas, de nacionalidad
colombiana.
Para sorpresa de Hugo, Samuel no llega solo, sino con su mujer
Linda, alguien que le trastoca desde el principio. No obstante, él respeta a
Olalla y el deseo que Linda le despierta no le hace sentirse orgulloso.
Lealtad frente a pasión, ¿cuál de las dos prevalecerá? Hugo se encuentra en una encrucijada y sabe muy bien que su vida pende de un hilo, pero es que la cobardía no es algo que el protagonista conozca ni que desee conocer.
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