Cuando Ester Arroyo, licenciada en Turismo, con una tienda de bodas y eventos, se compró una casita en la playa de Marbella, conoció a su nuevo vecino, un hombre austero, de pelo largo joven ojos azules y siempre vestido de negro, no lo vio sonreír jamás. Era extrovertida, risueña , era feliz con tu tienda y sus ayudantes Evelin y Carlos.
Sin embargo, le costó conocer a su vecino casi dos meses. Se hicieron amigos y
amantes durante tres meses.
Alan era un ingeniero que había entrado en los marines y había sido destinado a
Morón de la frontera, una base americana en Sevilla. Fue a Afganistán y a Irak
y tuvo que pasar a la reserva como capitán a los 32 años, por culpa de una
emboscada en una misión.
Se enteró de que la placa que le habían puesto en la rodilla y que le hacía
cojear podía tener operación en un hospital de Nueva York de donde era él,
donde había sido adoptado de un orfanato. Pero ya sus padres adoptivos no
vivían.
Y fue a operarse creyendo que tardaría seis meses, pero esos meses por motivos
del destino de convirtieron en permanentes y Ester se quedó en Marbella, sola y
embarazada.
Y se prometió ir en cinco años, cuando hubiese ahorrado una buena cantidad de
dinero para montar allí una empresa de eventos y bodas, como en Marbella.
Y cuando su hija Candela cumplió cinco años, también cumplió su promesa y fue a
busca a Alan.
¿Qué se encontraría en Manhattan al llegar?, ¿Cómo la recibiría Alan?…
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