Tengo veintiséis años, dos empleos, y unas amigas muy locas que me animan a regar la hierbabuena ahora que aún soy joven y atraigo al sexo opuesto. Lo que ellas no entienden es que en mi imaginación (para complicarme más la existencia escribo historias de amor) me veo del brazo de un tiarrón del norte.
Pero no del País Vasco, sino de tan arriba del mapa que ni le entienda cuando, entre besos húmedos y apasionadas caricias, me susurre cosas como «Mo ghraidh» o «tha gaol agam ort»… Las fanáticas de Outlander sabéis por dónde voy…
Yo lo que quiero es un highlander para mí solita.
Y resulta que cuando lo encuentro, pues que sí, que me mantiene todo el jardín en flor, pero también es un mentiroso y un manipulador.
Así que aquí estoy, en un nuevo trabajo que me va a costar la salud, con una novela a medias, y muy desatendida en ciertos aspectos que ahora que los he catado, me parecen esenciales. Y encima lo estropeo todo enamorándome de ese escocés de pacotilla
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