Cuando Conchita se perdió aquella mañana en el mundo subterráneo del metro, jamás imaginó que su predecible y rutinaria vida de profesora de Ciencias se volvería patas arriba con solo una mirada más cercana de los ojos que, desde que comenzó el curso en septiembre, la habían observado en la lejanía.
Su cuerpo, sensible y débil, se sublimó al más leve
contacto con aquel extraño tan familiar. Por eso, cuando Gabriel, el hombre que
la idolatraba en silencio tras el fuego de sus iris ambarinos, sucumbió a su deseo
y le rogó poder poseerla, ella accedió sin saber que, en el momento de
entregarse no hizo sino tomar posesión de aquella alma perdidamente enamorada
de ella.
En ese instante cuando fue consciente de que Gabriel no la
dominaba. Quien tuviera la suficiente osadía como para someterse a ella, sería
bienvenido en su corazón. Y Gabriel transigió a una relación de futuro
incierto, sin compromisos, sin ataduras, con la única condición de otorgarle su
total y absoluta rendición y su fidelidad incondicional.
Lo que no contaba era con que esa nueva relación sin
ataduras se adentrase en su alma y lo trastocara todo; ni tampoco con que se
descubriera a sí misma como una mujer dominante y que Gabriel disfrutara hasta
el éxtasis con su tortura.
Su vida se iluminó con la luz de una nueva vida mientras la oscuridad inundaba su alma y le hacía perder el rumbo. ¿Qué camino tomar?
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